viernes, 6 de marzo de 2015

Kimbrely parte 2



Solo pequeños destellos en sus ojos hacían que Kimberly no pareciera tan inocente, no era cuando la hacían enojar, no era cuando estaba entrenando, ni siquiera cuando la felicitaban por su autocontrol, esos pequeños destellos que solo ella sentía recorriéndola por lo más interno de la médula de sus huesos, por el enlace más interno de sus nervios y que llegaban justo a esa parte más recóndita de su sistema primitivo, desatando una holeada de animosos y juguetones anillos de benceno… haciéndola sentir bien, esos destellos los tenía solo cuando disfrutaba de lo que hacía, como mirar las estrellas en una noche despejada, sin nubes, sin más iluminación que las misma luz de las estrellas o cuando estaba por terminar su ensalada de bellotas y avellanas, aderezada con un ligero toque de menta y cardamomo, eran en esos momentos que, sus ojos destellaban con luz propia, un destello purpureo, de ultratumba.

Por fortuna, ni ella misma sabia de ese destello extracorpóreo, y de haberlo sabido, ¿qué habría hecho?, ¿a quién se lo habría contado? Ya que nadie sabía que significaba ese destello. O al menos nadie que hubiera visto ese destello había sobrevivido para contarlo o investigarlo.

Así transcurrieron sus años de entrenamiento, siendo solo ligeramente superior al promedio, solo hubo dos perdidas más de cordura, la primera, cuando se encontraba contemplando las estrellas que conforman el cinturón de Orión, absorta en ese contemplación no advirtió que se acercaba Amber, una leona temida aun por las más grandes y experimentadas ardillas listadas, Kimberly admiraba las estrellas (Alnitak, Alnilam y Mintaka), y se sentía ligeramente fuera de sí, invadida por la magnificencia de las estrellas, de su brillo, de saber que esa luz que contemplaba había tardado millones de años en llegar a sus retinas, así que, Kimberly estaba invadida de amables pero traicioneros anillos de benceno, fenilalanina era el menos adictivo de ellos, Serotonina y endorfinas que ponían a su mente fuera de su cuerpo, fuera en un lugar sin tiempo o espacio y por lo mismo, no escucho el sutil jadeo de Amber, ni sus patas sobre el suelo, solo cuando tuvo la enorme pata de la leona sobre si, advirtió que estaba perdida.

La leona hizo algo que fue su perdición, no estrujo a Kimberly hasta que los huesos de su cavidad torácica perforaran sus pulmones y órganos del sistema alimenticio, tampoco le corto de una mordida la cabeza, ni si quiera se aseguró de quitarle una por una las patas con uñas aceradas, o simplemente causarle heridas que hicieran desangrar a la ardilla y debilitarla, no, Amber se regocijo pensando que sería extasiante sentir como la pequeña ardilla listada moría ahogada en su estómago. Con esa idea reflejada en su cara, y ebria de poder, abrió su hocico, repleto de colmillos negros como su alma, y simplemente engullo a Kimberly, aún viva.

Los sentidos de Kimberly se aceleraron, su sistema límbico reprimió el miedo, y su lado inocente se refugió en un espacio onírico repleto de avellanas y miel, por el contrario, en ella esa presencia extracorpórea purpurea, tomo el control, justo cuando pasaba por la división entre la tráquea y los bronquios, comenzó a girar impulsada y guiada por las patas delanteras, las patas traseras desagarraban tirones de carne y cartílago. Amber se retorcía del dolor tratando de vomitar a la ardilla, solo era una pequeña ardilla, ¿cómo podía estarle pasando esto a ella, a la temida Amber?, solo expulsaba sangre repleta de pedazos de su tráquea, se golpeaba el pecho en un vano intento por expulsar aquella ardilla que se negaba a morir, era demasiado tarde, Kimberly estaba fuera de sí, antes de caer en los ácidos estomacales, giro y perforo el estómago, dio mordidas y arañazos al intestino delgado, arranco con ira pedazos de intestino grueso, sus patas traseras juguetearon alegremente dentro del hígado y justo al terminársele el aire de sus pequeños pulmones salió por el costado derecho de Amber, arrancando el riñón. Al caer fuera de la leona, solo observo mientras esta terminaba de desangrarse, observaba como la vida abandonaba a su rival e intento de asesino, Amber seguía atónita, sus ojos reflejaban ira, desesperación y la impotencia de saberse en sus últimos suspiros, había fallado, se había fallado al confiarse, ahora pagaría el precio y con su último suspiro le dijo: “Eres una ardilla morada extracorpórea, solo una igual a ti o tu misma terminaran con tu vida”, Amber murió, en medio de dolores y hemorragias, dejando un espejo de sangre carmesí que reflejaba las estrellas, era como un platillo dispuesto a la mesa.